“Empezar la carrera de compositor, para mí fue muchísimo más fácil en Francia o Alemania de lo que lo fue aquí” |
JT: Así que todo eso conforma el momento en el que tú te vas formando y empezando tu carrera.
LP: Sí, es el momento en el que yo empecé a formar parte de todo ese mundo. La formación fue al principio muy caótica, pero en un plazo muy corto en seguida se puso todo en orden.
JT: Las iniciativas ya conocidas de Tiempo y Música, de Álea, etc., ¿qué consecuencias tuvieron de cara a la difusión de la nueva música, cobró ésta nueva vida, se hizo más presente en el ambiente musical?
LP: Hubo un público reducido pero muy fiel. No hay que olvidar que en esos años teníamos un mundo sin rock, y entonces había mucha gente joven que venía a estas manifestaciones. Hoy en día eso es más bien raro porque han sido raptados por el rock absolutamente.
Eso incidió bastante en una cosa que es muy llamativa y que además es muy fácil de verificar. Cuando esto empieza en nuestro país, éramos, viviendo en España, no más de tres o cuatro personas las que estábamos implicadas en este tipo de movimiento. Al cabo de unos cuantos años, la generación nuestra dio paso a otra en la que hubo muchísimos más, y esa generación ha dado paso a la siguiente, la actual, en donde das una patada en el suelo y salen cinco compositores.
Yo no hablo ahora de sus orientaciones, pero el hecho es que componer ya no se ve como una especie de cosa extraña.
JT: Se ha normalizado un poco.
LP: No hay que olvidar que cuando todavía se declaraba la renta con categorías, a los compositores nos ponían en el mismo grupo que a los artistas del circo. Es curioso, porque era solamente con los compositores, porque si se trataba de un pianista o de una cantante, tenían su sitio, pero los compositores eran una gente rara y no sabían qué hacer con nosotros.
Fue Tomás Marco, ya muy recientemente, cuando fue director del INAEM, el que consiguió que tuviésemos un apartado dentro del mundo musical bajo el epígrafe, que también tiene su miga, pero es lo único que consiguió, no es culpa suya, de otras actividades relacionadas con la música.
Eso ya no existe, pero esto ha sido así hasta hace quince años, lo que da una idea de lo inhabitual que era esta profesión. Eso, sin embargo, coexistió, con una presencia asombrosa de cantidad de gente que componía. Con la mayoría de ellos ya sabemos lo que ha pasado: quien no se ha ido a Francia es porque se ha ido a Alemania, y si no, a los dos sitios, y así sucesivamente. Es gente que a lo mejor se ha establecido fuera de España, todavía hoy, cuando es infinitamente más fácil abrirse camino.
JT: Después de todas aquellas experiencias, si para un compositor podía ser difícil saber quién era un Messiaen, para el público medio debía ser un misterio total.
LP: Bueno, ya Messiaen… Luego te contaré una historia.
JT: Es un ejemplo. Hoy en día, con la facilidad que tenemos para informarnos, para conseguir discos, supongo que vivimos un universo completamente diferente. Me gustaría que comparases esos dos momentos, ¿cómo ves ahora la situación?
LP: No tiene nada que ver, verdaderamente nada que ver. Hoy en día, quién no se entere de lo que es la música de nuestros días es simplemente porque no le interesa, nada más. Da tres botones y la tiene, así de sencillo.
Pero uno se lleva grandes sorpresas. Cuando existía Álea, Stockhausen vino aquí me parece que tres veces. La primera estuvo bien, Stockhausen ya era conocido, pero el triunfo que fue los Hymnen, que es una obra que dura toda la vida, inmensamente larga, fue algo de locura.
También, el éxito en el Teatro Real, cuando era todavía sala de conciertos, en la primera o segunda edición del Festival de Otoño de Madrid, de la presentación en versión de concierto del San Francisco de Asís, creo que por la Orquesta de París dirigida por Kent Nagano. Era increíble ver el entusiasmo de la gente que vino, lo que ocurre es que depende del público.
El que fue a escuchar el San Francisco de Asís de Messiaen no tiene nada que ver con el que va a oír a Plácido Domingo cantando lo que sea, jotas o el Nabucco, le da igual, no tiene absolutamente nada que ver.
Cuando se habla del público, a mí personalmente me hace mucha gracia, ¿a qué clase de público nos estamos refiriendo?, porque hay ochocientas clases de público. Hay que ser más preciso. ¡El público, qué público!
Luego se habla de mayorías o de minorías. Dejémonos de tonterías: la gente a la que le gusta Verdi es una ínfima parte de la que llena los estadios. Habría que concluir que la música llamada clásica es un inmenso fracaso, toda, toda, desde el gregoriano hasta nuestros días.
“Cuando todavía se declaraba la renta con categorías, a los compositores nos ponían en el mismo grupo que a los artistas del circo” |
JT: La música, en realidad, no le interesa a mucha gente.
LP: Pues claro que no, y eso no quiere decir nada. Le interesan todavía muchísimo menos las últimas investigaciones de la física, no saben de qué van, y yo tampoco, vaya eso por delante.
Esa experiencia la tengo muy fresquita. Se ha hecho una reunión de físicos en San Sebastián a la que han venido un porrón de premios Nobel, y me pidieron que hablase, a mí que no soy físico. La ha organizado un físico español con un montón de premios encima, muy amigo de todo el mundo, y ha traído a una enorme cantidad de gente.
Estas son cosas muy especializadas y si ves los temas se te pone la piel de gallina. Yo he asistido a muchas de esas reuniones porque como me habían invitado a hablar me parecía de cortesía.
Bueno, pues flotabas casi siempre. Yo hay cosas que no soy capaz de seguir ni sé lo que son, sencillamente. Así me he enterado de muchas. O sea que lo agradezco en el fondo. Había solamente dos no científicos, Bernardo Atxaga y yo, y los dos hemos intervenido allí.
Así que hablar de mayorías o minorías, o de qué atrae a la gente, eso es lisa y llanamente un criterio. Es como si dijéramos, aquí sólo votan los calvos, el que no sea calvo no vota. Pues yo estaría muy contento de votar, pero tú, pues no, o sea que sería absurdo. Viene mucho público o no viene mucho público, y a mí qué me cuentas.
JT: Aunque el público de hoy ha cambiado y la cantidad de información que podemos conseguir es infinita, yo tengo la sensación como oyente cuando voy a un concierto de que la música contemporánea sigue viviendo en una especie de gueto separado del resto.
LP: Dependerá de cuál, hay casos en los que ya no es así. Yo creo que el gueto, para empezar, está en todo. Lo único que puede variar es el tamaño del gueto. Hay guetos muy grandes y hay guetos más chiquitos. ¿Tú has visto una cosa más “guetosa”, empleando un neologismo extraño, que el público del Teatro Real?
JT: Obviamente no.
LP: Pues claro que no. O los aficionados a las carreras de caballos, por ejemplo. O sea, si por gueto se entiende que hay menos gente que cuando canta Plácido Domingo o equivalente, sí hay menos gente, efectivamente, pero ¿es que hay más gente para los cuartetos de Beethoven que para la música contemporánea? Yo digo rotundamente: no. La música de cámara en España no tiene prácticamente público, aunque sólo sea por falta de práctica, porque se oye muy poco.
¿Qué público puede haber si viene un cantante estupendo alemán, que no sea de los de la Deutsche Grammophon, que son muy conocidos, a interpretar, por ejemplo, La bella molinera?
Habrá muy poca gente, ese tipo de cosas no atrae al público masivo. Además, no tiene nada de raro si nos paramos a pensarlo. ¿Qué educación musical recibe el español medio, qué cosas ha tenido la ocasión de escuchar en los años en los que se crea una afición, los ocho, diez, doce, quince años?
JT: Es cierto que si uno sale fuera de España ve cómo ciudadanos medios tienen normalmente un bagaje musical que aquí no se da.
LP: La música forma parte de su cultura, no hace falta saber solfeo, por Dios, no hace falta saber tocar la flauta dulce, no, no, no. Hace falta escuchar y enseñar a escuchar. Y para escuchar hay que estarse quieto. Eso a un niño de tres años no se lo puedes pedir, pero sí a un chaval de doce. Tiene que estarse quieto, prestar atención y después, si es posible, hacer un comentario. Eso es todo, así de tonto. Debe haber buenas fonotecas en las escuelas y en los colegios y, evidentemente, al cabo de unos cuantos años, bastantes, la situación habrá cambiado.
Yo tengo muy buenos amigos, muy unidos a mí, cómo decir, en la identidad o similitud de ideología política y cosas de ese estilo, gente en torno a mi edad, y contados con los dedos de una mano podría citar a la gente que tiene afición a la música.
Para ellos, en aquellos años de nuestra juventud, allá por los cincuenta, la música era el tango, la canción protesta, sobre todo francesa (les encantaba Brassens o Edith Piaf), que no es que lo hicieran mal, pero eso tenía otro nivel, caramba. Y si era sudamericana…
JT: El paroxismo.
LP: Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, todos los señores de aquella época. Para ellos, eso era la música. Oír a Beethoven era un rollo, eso era para los notarios y gente así.
JT: Gente aburrida y gris.
LP: Y sobre todo gente no comprometida. Lo que les interesaba era el compromiso.
JT: Pero ahí la música era básicamente una percha, un adorno supuestamente izquierdista.
LP: Eso es lo que se pensaba. Pero si es que el propio Tierno Galván escribió contra la música en uno de sus ensayos diciendo que la música le parecía sospechosa porque no tenía ninguna connotación, que era pura, entre comillas. Pero no sea usted bruto, hombre, por muy Tierno Galván que sea.